Ciudad del Vaticano (AICA):
En la solemnidad de Pentecostés, se contempla y revive “la efusión del
Espíritu Santo, que Cristo resucitado derramó sobre la Iglesia”,
acontecimiento de gracia que desborda el cenáculo de Jerusalén para
difundirse por todo el mundo y que “no es un hecho lejano, de hace dos
mil años, sino que llega hasta nosotros” recordó hoy, domingo de
Pentecostés, el papa Francisco al celebrar la misa, en la Plaza de San
Pedro, con la que culminó la Jornada de los movimientos eclesiales de
los cinco continentes, reunidos con el obispo de Roma, que ya en la
Vigilia de este sábado, 18 de mayo, contó con la participación de unos
doscientos mil fieles. En su homilía de la solemnidad de Pentecostés, el
santo padre reflexionó sobre tres palabras: Novedad, armonía y misión.
En la solemnidad de Pentecostés, se contempla y revive “la efusión del
Espíritu Santo, que Cristo resucitado derramó sobre la Iglesia”,
acontecimiento de gracia que desborda el cenáculo de Jerusalén para
difundirse por todo el mundo y que “no es un hecho lejano, de hace dos
mil años, sino que llega hasta nosotros” recordó hoy, domingo de
Pentecostés, el papa Francisco al celebrar la misa, en la Plaza de San
Pedro, con la que culminó la Jornada de los movimientos eclesiales de
los cinco continentes, reunidos con el obispo de Roma, que ya en la
Vigilia de este sábado, 18 de mayo, contó con la participación de unos
doscientos mil fieles. En su homilía de la solemnidad de Pentecostés, el
santo padre reflexionó sobre tres palabras: Novedad, armonía y misión.
La efusión del Espíritu Santo sella el nacimiento de la Iglesia. El
Papa preguntó ¿qué sucedió en aquel día tan lejano a nosotros, y sin
embargo, tan cercano, que llega adentro de nuestro corazón? En
Jerusalén, donde están reunidos los Apóstoles, un estruendo de repente
vino del cielo, “como de viento que sopla fuertemente”, luego, las
“lenguas como llamaradas”, que se dividían y se posaban encima de cada
uno de los Apóstoles. Signos claros y concretos que tocan a los
Apóstoles, no sólo exteriormente, sino también en su interior: en su
mente y en su corazón. Asistimos, entonces, a una situación totalmente
sorprendente: una multitud se congrega y queda admirada porque cada uno
oye hablar a los Apóstoles “De las grandezas de Dios”.
Reflexionando sobre la novedad, que nos da siempre un poco de miedo,
porque nos sentimos más seguros si tenemos todo bajo control en nuestra
vida, el Obispo de Roma señaló que esto nos sucede también con Dios:
con frecuencia lo seguimos, lo acogemos, pero hasta un cierto punto; nos
resulta difícil abandonarnos a Él con total confianza, dejando que el
Espíritu Santo anime, guíe nuestra vida, en todas las decisiones;
tenemos miedo a que Dios nos lleve por caminos nuevos, nos saque de
nuestros horizontes con frecuencia limitados, cerrados, egoístas, para
abrirnos a los suyos. Pero, en toda la historia de la salvación, cuando
Dios se revela, aparece su novedad, trasforma y pide confianza total en
Él.
“No es la novedad por la novedad, la búsqueda de lo nuevo para salir
del aburrimiento, como sucede con frecuencia en nuestro tiempo. La
novedad que Dios trae a nuestra vida es lo que verdaderamente nos
realiza, lo que nos da la verdadera alegría, la verdadera serenidad,
porque Dios nos ama y siempre quiere nuestro bien. Preguntémonos:
¿Estamos abiertos a las “sorpresas de Dios”? ¿O nos encerramos, con
miedo, a la novedad del Espíritu Santo? ¿Estamos decididos a recorrer
los caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos
atrincheramos en estructuras caducas, que han perdido la capacidad de
respuesta?
En su segunda reflexión sobre la armonía, señalando que “el Espíritu
Santo, aparentemente, crea desorden en el Iglesia, porque produce
diversidad de carismas, de dones” y que “sin embargo, bajo su acción,
todo esto es una gran riqueza, porque el Espíritu Santo es el Espíritu
de unidad, que no significa uniformidad, sino reconducir todo a la
armonía”, el Papa Francisco reiteró que “en la Iglesia, la armonía la
hace el Espíritu Santo”. Sólo Él puede suscitar la diversidad, la
pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En
cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos
encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos,
provocamos la división; y cuando somos nosotros los que queremos
construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer
la uniformidad, la homologación:
“Si, por el contrario, nos dejamos guiar por el Espíritu, la
riqueza, la variedad, la diversidad nunca provocan conflicto, porque Él
nos impulsa a vivir la variedad en la comunión de la Iglesia. Caminar
juntos en la Iglesia, guiados por los Pastores, que tienen un especial
carisma y ministerio, es signo de la acción del Espíritu Santo; la
eclesialidad es una característica fundamental para los cristianos, para
cada comunidad, para todo movimiento. La Iglesia es quien me trae a
Cristo y me lleva a Cristo; los caminos paralelos son peligrosos. Cuando
nos aventuramos a ir más allá de la doctrina y de la Comunidad
eclesial, y no permanecemos en ellas, no estamos unidos al Dios de
Jesucristo”.
En el último punto, dedicado a la misión, el Obispo de Roma hizo
hincapié en que el Espíritu Santo nos introduce en el misterio del Dios
vivo, y nos salvaguarda del peligro de una Iglesia gnóstica y de una
Iglesia autorreferencial, cerrada en su recinto; nos impulsa a abrir las
puertas para salir, para anunciar y dar testimonio de la bondad del
Evangelio, para comunicar el gozo de la fe, del encuentro con Cristo.
“El Espíritu Santo es el alma de la misión. Lo que sucedió en
Jerusalén hace casi dos mil años no es un hecho lejano, es algo que
llega hasta nosotros, que cada uno de nosotros podemos experimentar. El
Pentecostés del cenáculo de Jerusalén es el inicio, un inicio que se
prolonga. El Espíritu Santo es el don por excelencia de Cristo
resucitado a sus Apóstoles, pero Él quiere que llegue a todos. Jesús,
como hemos escuchado en el Evangelio, dice: “Yo le pediré al Padre que
les dé otro Paráclito, que esté siempre con vosotros” (Jn 14,16). Es el
Espíritu Paráclito, el “Consolador”, que da el valor para recorrer los
caminos del mundo llevando el Evangelio. El Espíritu Santo nos muestra
el horizonte y nos impulsa a las periferias existenciales para anunciar
la vida de Jesucristo. Preguntémonos si tenemos la tendencia a cerrarnos
en nosotros mismos, en nuestro grupo, o si dejamos que el Espíritu
Santo nos conduzca a la misión”.
El obispo de Roma concluyó su homilía de Pentecostés alentando a invocar con María “Ven, Espíritu Santo”.
La liturgia de hoy es una gran oración, que la Iglesia con Jesús
eleva al Padre, para que renueve la efusión del Espíritu Santo. Que cada
uno de nosotros, cada grupo, cada movimiento, en la armonía de la
Iglesia, se dirija al Padre para pedirle este don. También hoy, como en
su nacimiento, junto con María, la Iglesia invoca: “Ven, Espíritu Santo,
llena el corazón de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu
amor”.+
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