Ciudad del Vaticano (AICA):
“Recibir a Cristo en los refugiados y en los desplazados forzosos.
Orientaciones pastorales” es el título del documento elaborado por los
Pontificios Consejos para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes y
“Cor Unum” y presentado esta mañana en la Oficina de Prensa de la Santa
Sede por los cardenales Antonio Maria Veglió y Robert Sarah, presidentes
respectivamente de uno y otro dicasterio. “Nuestro documento -explicó
el cardenal Veglió- es una guía pastoral que parte de una premisa
fundamental la de que cada política, iniciativa o intervención en este
ámbito debe inspirarse en el principio de la centralidad y la dignidad
de la persona humana”.
“Recibir a Cristo en los refugiados y en los desplazados forzosos.
Orientaciones pastorales” es el título del documento elaborado por los
Pontificios Consejos para la Pastoral de los Emigrantes e Itinerantes y
“Cor Unum” y presentado esta mañana en la Oficina de Prensa de la Santa
Sede por los cardenales Antonio Maria Veglió y Robert Sarah, presidentes
respectivamente de uno y otro dicasterio.
También participaron en la presentación Johan Ketelers, secretaria
general de la Comisión Internacional Católica para las Migraciones
(CICM) y Katrine Camilleri, subdirectora del Jesuit Refugee Service en
Malta y Premio Nansen del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para
los Refugiados (ACNUR-UNHCR) en 2007.
“Nuestro documento -explicó el cardenal Veglió- es una guía pastoral
que parte de una premisa fundamental la de que cada política,
iniciativa o intervención en este ámbito debe inspirarse en el principio
de la centralidad y la dignidad de la persona humana”.
“En efecto este es el fruto de la Doctrina Social de la Iglesia:
“cada uno de los seres humanos es el fundamento, la causa y el fin de
toda institución social”. Por lo tanto, los refugiados, los que piden
asilo y los desplazados son personas cuya dignidad debe tutelarse, más
aún, debe considerarse una prioridad absoluta. Ese es el motivo por el
que el documento recuerda los derechos reconocidos a los refugiados y
que promueven el bienestar del individuo y que están descritos en la
Convención sobre los Refugiados de 1951”.
“Los gobiernos deberían respetar esos derechos, mientras habría que
estudiar una ulterior expansión de los mismos a las personas que son
sujeto de las migraciones forzosas. Debe garantizarse la protección a
todos los que viven en condiciones de migración forzosa, teniendo cuenta
de las exigencias específicas que pueden ir desde el permiso de
residencia para las víctimas de tráfico de seres humanos a la
posibilidad de acceder a la ciudadanía para los apátridas”, señaló el
cardenal observando que, en cambio, cada vez es más frecuente que los
refugiados se vean sometidos a la detención restrictiva, al
internamiento en campos, a la limitación de la libertad de movimiento y
del derecho al trabajo.
“Sería muy distinto si los derechos reconocidos y declarados se
respetasen. Al fin y al cabo, los Estados crearon y ratificaron estas
convenciones para garantizar que los derechos de los individuos no se
queden solamente en ideales proclamados y compromisos suscritos pero no
cumplidos. La Iglesia, por su parte, está convencida de que sea una
responsabilidad colectiva, además de la de cada creyente, la solicitud
pastoral para todas las personas que, de diversas maneras, están
involucradas en las migraciones forzosas”.
“En estrecha conexión con los valores morales y la visión cristiana,
queremos salvar vidas humanas, restituir la dignidad a las personas,
brindar esperanza y dar las adecuadas respuestas sociales y
comunitarias. Dejarse interpelar por la presencia de los refugiados, los
que piden asilo y otras personas forzosamente desarraigadas nos
empujará a salir del pequeño mundo que nos es familiar, hacia lo
desconocido, en misión, en el valiente testimonio de la evangelización”,
concluyó el prelado.
El cardenal Sarah se refirió a los cuatro millones de desplazados
internos de Siria y recordó a los 80.000 muertos, “efectos colaterales”
del conflicto en menos de dos años, señalando a este propósito que si
hasta los años cincuenta la proporción entre víctimas civiles y
militares de las guerras era de 1 a 9, en la actualidad esa cifra se
invirtió y decenas de miles de personas huyen intentando, “al menos
salvar la vida”.
También citó a la población del Sahel, condenada al hambre por la
sequía y a las víctimas de los tornados en los Estados Unidos,
subrayando que en cualquier latitud los seres humanos están a merced de
la naturaleza de la que en cambio “tendría que ser custodio y
responsable”.
El cardenal no olvidó a los que, también en Europa, carecen de
trabajo y están condenados a la “pobreza estructural y a pagar en
primera persona las decisiones políticas de los Estados”. Muchas de
estas personas eligen el camino de la emigración desencadenando el
fenómeno de “fuga de cerebros que empobrece ulteriormente a sus países
de origen”.
En este estado de cosas “la Iglesia interviene en diversos modos y
según sus posibilidades, sobre todo gracias a la obra de sus organismos
caritativos y de sus voluntarios”. Pero “la caridad se conjuga ante todo
de forma singular, no es una ventanilla ni un registro y los
necesitados deben poder encontrarse en su camino con el gesto y la
palabra de un “buen samaritano que tenga su mismo corazón porque se hizo
semejante a él y en él sirve a Cristo”.
Del mismo modo la caridad “tiene una dimensión plural: el refugiado,
el pobre, el que sufre necesita una red de sostén eclesial que lo
reciba e integre reconozca su dignidad y lo haga sentirse parte de nuevo
de la familia humana, en el respeto de su identidad y de su fe” porque “
la comunidad cristiana está llamada a vivir la dimensión eclesial de la
caridad”.+
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