lunes, 29 de julio de 2013

El Papa pide combatir a los “mercaderes de la muerte” llevando esperanza por el mundo

A su regreso de Aparecida, el Santo Padre visitó el Hospital São Francisco de Assis na Providência de Deus, donde inauguró una sección dedicada a la atención de toxicodependientes. La obra de asistencia, a cargo de la arquidiócesis local, es sostenida por la Conferencia Episcopal Italiana.

Con la voz y el semblante sentido por el trajín del día, aunque sin perder la sonrisa y la soltura, Francisco llegó pasadas las 19 al barrio de Tijuca, donde se encuentra el centro asistencial. Allí saludó a los presentes extendiendo la mano y besando a los niños que le presentaban.


Una vez adentro, presidió un breve momento de oración iluminado por el evangelio del buen samaritano y escuchó el testimonio de jóvenes recuperados. Allí oyó con atención la palabra de dos hombres que contaron cómo estaban al borde de perder sus vidas y sus afectos consumidos por la droga. Finalmente, un religioso franciscano hizo emocionar al Papa, a quien le agradeció que su nombre como pontífice de la Iglesia también represente “un proyecto de vida”.


Al hacer uso de la palabra, el pontífice argentino lanzó una advertencia sobre el flagelo actual que supone la adicción a las drogas, a las que en varias ocasiones de la tarde noche se mencionó como “la lepra de este siglo”. Francisco dijo: “Hay muchas situaciones en el Brasil y en el mundo que necesitan atención, cuidado y amor”.


En un encuentro marcado por la emoción, Francisco observó las consecuencias que genera el tráfico de sustancias ilegales. “¡Cuántos mercaderes de muerte que siguen la lógica del poder y el dinero a toda costa! La
plaga del narcotráfico, que favorece la violencia y siembra dolor y muerte, requiere un acto de valor de toda la sociedad”, alertó.
”No se dejen robar la esperanza”
Francisco también dedicó palabras a los adictos recuperados y a quienes no han emprendido ese camino, y repitió algunas de sus ideas más difundidas cuando era arzobispo de Buenos Aires. Entre esas, pidió que “no se dejen robar la esperanza”, y llamó a volverse “portadores” de esta virtud.

“Queridos amigos –expresó-, yo diría a cada uno de ustedes, pero especialmente a tantos otros que no han tenido el valor de emprender este camino: Sos el protagonista de la subida, ésta es la condición indispensable. Encontrarás la mano tendida de quien te quiera ayudar, pero nadie puede subir por vos. Miren con confianza hacia adelante; hay un futuro cierto, que se sitúa en una perspectiva diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos del mundo, pero que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día”.


También dedicó palabras a quienes hacen posible el funcionamiento de este hospicio: “Muchas gracias al personal del servicio médico y auxiliar que trabaja aquí; su servicio es precioso. Háganlo siempre con amor, porque es un servicio que se hace a Cristo, presente en el prójimo”.


La construcción del hospital se enmarcó entre las actividades del legado social que la JMJ Río 2013 pretende ofrecer a la sociedad fluminense (del estado de Río de Janeiro). Concretamente, la arquidiócesis local está creando una Red de Tratamiento de la Drogadicción con la que busca contribuir al desafío de implementar acciones que puedan generar resultados efectivos en el tratamiento y la reinserción social de las personas que padecen este flagelo.


Adicciones en el país.
Los toxicodependientes en el Brasil suman 2 millones de personas, de las cuales el 50 por ciento se encuentra en la región Sudeste (San Pablo, Minas Gerais y Río de Janeiro). Según la Organización Mundial para la Salud (OMS), la dependencia de drogas en Brasil alcanza el 3% de la población. Sólo en este estado afecta a unas 600.000 personas.
Discurso del Santo Padre
Querido Arzobispo de Rio de Janeiro
y queridos hermanos en el episcopado;
Honorables Autoridades,

Estimados miembros de la Venerable Orden Tercera de San Francisco de la Penitencia,
Queridos médicos, enfermeros y demás agentes sanitarios,
Queridos jóvenes y familiares

Dios ha querido que, después del Santuario de Nuestra Señora de Aparecida, mis pasos se encaminaran hacia un santuario particular del sufrimiento humano, como es el Hospital San Francisco de Asís. Es bien conocida la conversión de su santo Patrón: el joven Francisco abandona las riquezas y comodidades del mundo para hacerse pobre entre los pobres; se da cuenta de que la verdadera riqueza y lo que da la auténtica alegría no son las cosas, el tener, los ídolos del mundo, sino el seguir a Cristo y servir a los demás; pero quizás es menos conocido el momento en que todo esto se hizo concreto en su vida: fue cuando abrazó a un leproso.

Aquel hermano que sufría, marginado, era «mediador de la luz (...) para san Francisco de Asís» (cf. Carta enc. Lumen fidei, 57), porque en cada hermano y hermana en dificultad abrazamos la carne de Cristo que sufre. Hoy, en este lugar de lucha contra la dependencia química, quisiera abrazar a cada uno y cada una de ustedes que son la carne de Cristo, y pedir que Dios colme de sentido y firme esperanza su camino, y también el mío.

Abrazar. Todos hemos de aprender a abrazar a los necesitados, como San Francisco. Hay muchas situaciones en Brasil, en el mundo, que necesitan atención, cuidado, amor, como la lucha contra la dependencia química. Sin embargo, lo que prevalece con frecuencia en nuestra sociedad es el egoísmo.

¡Cuántos «mercaderes de muerte» que siguen la lógica del poder y el dinero a toda costa! La plaga del narcotráfico, que favorece la violencia y siembra dolor y muerte, requiere un acto de valor de toda la sociedad. No es la liberalización del consumo de drogas, como se está discutiendo en varias partes de América Latina, lo que podrá reducir la propagación y la influencia de la dependencia química.

Es preciso afrontar los problemas que están a la base de su uso, promoviendo una mayor justicia, educando a los jóvenes en los valores que construyen la vida común, acompañando a los necesitados y dando esperanza en el futuro. Todos tenemos necesidad de mirar al otro con los ojos de amor de Cristo, aprender a abrazar a aquellos que están en necesidad, para expresar cercanía, afecto, amor.

Pero abrazar no es suficiente. Tendamos la mano a quien se encuentra en dificultad, al que ha caído en el abismo de la dependencia, tal vez sin saber cómo, y decirle: «Puedes levantarte, puedes remontar; te
costará, pero puedes conseguirlo si de verdad lo quieres».

Queridos amigos, yo diría a cada uno de ustedes, pero especialmente a tantos otros que no han tenido el valor de emprender el mismo camino: «Tú eres el protagonista de la subida, ésta es la condición
indispensable. Encontrarás la mano tendida de quien te quiere ayudar, pero nadie puede subir por ti». Pero nunca están solos. La Iglesia y muchas personas están con ustedes.

Miren con confianza hacia delante, su travesía es larga y fatigosa, pero miren adelante, hay «un futuro cierto, que se sitúa en una perspectiva diversa de las propuestas ilusorias de los ídolos del mundo, pero que da un impulso y una fuerza nueva para vivir cada día» (Carta enc. Lumen fidei, 57). Quisiera repetirles a todos ustedes: No se dejen robar la esperanza. Pero también quiero decir: No robemos la esperanza, más aún, hagámonos todos portadores de esperanza.

En el Evangelio leemos la parábola del Buen Samaritano, que habla de un hombre asaltado por bandidos y abandonado medio muerto al borde del camino. La gente pasa, mira y no se para, continúa indiferente el camino: no es asunto suyo. Sólo un samaritano, un desconocido, ve, se detiene, lo levanta, le tiende la mano y lo cura (cf. Lc 10, 29-35).

Queridos amigos, creo que aquí, en este hospital, se hace concreta la parábola del Buen Samaritano. Aquí no existe indiferencia, sino atención, no hay desinterés, sino amor. La Asociación San Francisco y la Red de Tratamiento de Dependencia Química enseñan a inclinarse sobre quien está dificultad, porque en él ve el rostro de Cristo, porque él es la carne de Cristo que sufre.

Muchas gracias a todo el personal del servicio médico y auxiliar que trabaja aquí; su servicio es valioso, háganlo siempre con amor; es un servicio que se hace a Cristo, presente en el prójimo: «Cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40), nos dice Jesús.

Y quisiera repetir a todos los que luchan contra la dependencia química, a los familiares que tienen un cometido no siempre fácil: la Iglesia no es ajena a sus fatigas, sino que los acompaña con afecto.

El Señor está cerca de ustedes y los toma de la mano. Vuelvan los ojos a él en los momentos más duros y les dará consuelo y esperanza. Y confíen también en el amor materno de María, su Madre. Esta mañana, en el santuario de Aparecida, he encomendado a cada uno de ustedes a su corazón. Donde hay una cruz que llevar, allí está siempre ella, nuestra Madre, a nuestro lado. Los dejo en sus manos, mientras les bendigo a todos con afecto.
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