jueves, 17 de abril de 2014
miércoles, 16 de abril de 2014
Saludos de Pascua de la Fundación...
viernes, 4 de abril de 2014
PROGRAMA DE SEMANA SANTA 2014
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PARROQUIA
SANTÍSIMO REDENTOR
Saavedra y Avellaneda, Ramos Mejía.
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13 de abril: DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL
SEÑOR
10 hs: BENDICIÓN
DE LOS RAMOS (Frente a la Casa San José: Alvear 850)
Luego iremos en procesión hasta el templo, donde se realizará la misa.
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TRIDUO
PASCUAL DE LA PASIÓN Y RESURRECCIÓN DEL SEÑOR.
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17 de abril: JUEVES SANTO DE LA CENA DEL
SEÑOR
CONFESIÓN: Desde las 18:30 hasta las 19:30 hs.
MISA: 20 hs.
El
templo permanecerá abierto hasta las 24 hs. (para la adoración Eucarística)
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18 de abril: VIERNES SANTO DE LA
PASIÓN DEL SEÑOR
CELEBRACIÓN
DE LA PASIÓN DEL SEÑOR: 17hs.
VIA
CRUCIS POR LAS CALLES DEL BARRIO: 19 hs.
(Para las personas con dificultades de
movilidad o mayores, el Vía Crucis se realizará a la misma hora por el interior del Templo)
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19 de abril: VIGILIA PASCUAL
CONFESIÓN DESDE LAS 18:30 hasta las 19:30 hs.
MISA: 21
hs.
(Al
finalizar nos encontraremos en el Salón de la Casa San José para compartir
fraternalmente la Alegría de la
Resurrección, (traer algo salado y/o dulce.)
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20 de abril: DOMINGO DE PASCUA DE RESURRECCIÓN
MISAS: 11 hs y 19 hs.
Confesiones: Por la mañana: desde las 10 hs hasta 10:45;
por la tarde: desde las 18 hs hasta las 18:45 hs.
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TIEMPO
PASCUAL
27 de abril: 2do. DOMINGO DE PASCUA O DE LA MISERICORDIA DEL SEÑOR
En
la misa de 11 hs. bendición del agua (para llevar a nuestros hogares).
BENDICIÓN DE LOS HOGARES: Todas las personas que deseen durante el Tiempo Pascual que sean
bendecidos sus hogares anotarse en la Secretaría, de Martes a Viernes de 16:30 a
18:30 hs.
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Oración:
Dios
nuestro, que en este día nos abriste las puertas de la vida por medio de tu
Hijo, vencedor de la muerte, concédenos a todos los que celebramos su gloriosa
resurrección que, por la vida que tu Espíritu nos comunica, lleguemos también nosotros
a resucitar a la luz de la vida eterna. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo,
que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios, por los
siglos de los siglos.
Amén
Amén
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lunes, 24 de marzo de 2014
Jesús, Buen Samaritano
Les compartimos el video de fin de curso:
HORARIOS DE MARZO A DICIEMBRE 2014
HORARIOS DE MARZO A
DICIEMBRE 2014
Misas:
De Martes
a Viernes: 18 hs.
Sábados: 19 hs.
Domingos: 11 hs. y 19hs.
Secretaría
Parroquial:
Martes a Viernes de 16 a 18:30 hs.
Fundación Jesús Buen Samaritano
ESCUELA
DE ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL.
Ya está abierta la inscripción: Informes en la Secretaría Sra. Haydee. De martes a viernes de 16y30 a 18 hs o telefónicamente al 4656-7982
Se la llamó la mano segura y el
brazo fuerte que ayuda a otro a caminar en la vida. ¡Prepárate!
CURSO BÍBLICO
“El Sermón del Monte”
Mateo 5 al 7.
Los martes de 18y30 a 20y30 hs.
Informas en Secretaría 4656-7982.
25 de Marzo: “ANUNCIACIÓN DEL SEÑOR”
Misa 18 hs.
Oración:
Señor Dios nuestro, que quisiste que
tu Verbo se hiciera hombre en el seno de la Virgen María, concede a quienes
proclamamos que nuestro Redentor es realmente Dios y hombre que lleguemos a ser
partícipes de su naturaleza divina. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo que
vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo Dios, por los siglos de
los siglos. Amén.
sábado, 22 de febrero de 2014
MENSAJE DEL PAPA FRANCISCO POR LA JORNADA MUNDIAL DE LOS ENFERMOS
Nos decía el Papa Francisco en el Ángelus del domingo 9 de Febrero: "No tengan miedo, no tengan miedo a la enfermedad".
Enfermo
es todo hombre, lo soy yo , lo son Ustedes , hermanos y amigos mios,
dado que somos "débiles", este el sentido de la palabra "enfermo"
"débil".
Que la Santísima Virgen María, que nosotros
veneramos bajo el titulo de "Nuestra Señora de la Esperanza" nos acompañe
y anime en la misión a la que hemos respondido.
Con todo mi cariño.
Pbro. Lic. Carlos Emilio Rúffolo
Queridos hermanos y hermanas:
Este año celebramos la Jornada Mundial de las Misiones mientras se clausura
el Año de la fe, ocasión importante para fortalecer nuestra amistad con el Señor y nuestro
camino como Iglesia que anuncia el Evangelio con valentía. En esta prospectiva,
quisiera proponer algunas reflexiones.
1. La fe es un don precioso de Dios, que abre nuestra mente para que lo
podamos conocer y amar, Él quiere relacionarse con nosotros para hacernos
partícipes de su misma vida y hacer que la nuestra esté más llena de
significado, que sea más buena, más bella. Dios nos ama. Pero la fe necesita
ser acogida, es decir, necesita nuestra respuesta personal, el coraje de poner
nuestra confianza en Dios, de vivir su amor, agradecidos por su infinita
misericordia. Es un don que no se reserva sólo a unos pocos, sino que se ofrece
a todos generosamente. Todo el mundo debería poder experimentar la alegría de
ser amados por Dios, el gozo de la salvación. Y es un don que no se puede conservar
para uno mismo, sino que debe ser compartido. Si queremos guardarlo sólo para
nosotros mismos, nos convertiremos en cristianos aislados, estériles y
enfermos. El anuncio del Evangelio es parte del ser discípulos de Cristo y es
un compromiso constante que anima toda la vida de la Iglesia. «El impulso
misionero es una señal clara de la madurez de una comunidad eclesial»
(Benedicto XVI, Exhort. ap. Verbum Domini, 95). Toda comunidad es “adulta”, cuando profesa la fe, la celebra con
alegría en la liturgia, vive la caridad y proclama la Palabra de Dios sin
descanso, saliendo del propio ambiente para llevarla también a las “periferia”,
especialmente a aquellas que aún no han tenido la oportunidad de conocer a
Cristo. La fuerza de nuestra fe, a nivel personal y comunitario, también se
mide por la capacidad de comunicarla a los demás, de difundirla, de vivirla en
la caridad, de dar testimonio a las personas que encontramos y que comparten
con nosotros el camino de la vida.
2. El Año de la fe, a cincuenta años de distancia del inicio del Concilio Vaticano II, es un
estímulo para que toda la Iglesia reciba una conciencia renovada de su
presencia en el mundo contemporáneo, de su misión entre los pueblos y las
naciones. La misionariedad no es sólo una cuestión de territorios geográficos,
sino de pueblos, de culturas e individuos independientes, precisamente porque
los “confines” de la fe no sólo atraviesan lugares y tradiciones humanas, sino
el corazón de cada hombre y cada mujer. El Concilio Vaticano II destacó de manera
especial cómo la tarea misionera, la tarea de ampliar los confines de la fe es
un compromiso de todo bautizado y de todas las comunidades cristianas:
«Viviendo el Pueblo de Dios en comunidades, sobre todo diocesanas y
parroquiales, en las que de algún modo se hace visible, a ellas pertenece
también dar testimonio de Cristo delante de las gentes» (Decr. Ad gentes, 37). Por tanto, se pide y se invita a
toda comunidad a hacer propio el mandato confiado por Jesús a los Apóstoles de
ser sus «testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines
de la tierra» (Hch 1,8), no como un aspecto secundario de la vida cristiana, sino como un
aspecto esencial: todos somos enviados por los senderos del mundo para caminar
con nuestros hermanos, profesando y dando testimonio de nuestra fe en Cristo y
convirtiéndonos en anunciadores de su Evangelio. Invito a los obispos, a los sacerdotes,
a los consejos presbiterales y pastorales, a cada persona y grupo responsable
en la Iglesia a dar relieve a la dimensión misionera en los programas
pastorales y formativos, sintiendo que el propio compromiso apostólico no está
completo si no contiene el propósito de “dar testimonio de Cristo ante las
naciones”, ante todos los pueblos. La misionariedad no es sólo una dimensión
programática en la vida cristiana, sino también una dimensión paradigmática que
afecta a todos los aspectos de la vida cristiana.
3. A menudo, la obra de evangelización encuentra obstáculos no sólo fuera,
sino dentro de la comunidad eclesial. A veces el fervor, la alegría, el coraje,
la esperanza en anunciar a todos el mensaje de Cristo y ayudar a la gente de
nuestro tiempo a encontrarlo son débiles; en ocasiones, todavía se piensa que
llevar la verdad del Evangelio es violentar la libertad. A este respecto, Pablo
VI usa palabras iluminadoras: «Sería... un error imponer cualquier cosa a la
conciencia de nuestros hermanos. Pero proponer a esa conciencia la verdad
evangélica y la salvación ofrecida por Jesucristo, con plena claridad y con
absoluto respeto hacia las opciones libres que luego pueda hacer... es un
homenaje a esta libertad» (Exhort, Ap. Evangelii nuntiandi, 80). Siempre debemos tener el valor y la
alegría de proponer, con respeto, el encuentro con Cristo, de hacernos heraldos
de su Evangelio, Jesús ha venido entre nosotros para mostrarnos el camino de la
salvación, y nos ha confiado la misión de darlo a conocer a todos, hasta los
confines de la tierra. Con frecuencia, vemos que lo que se destaca y se propone
es la violencia, la mentira, el error. Es urgente hacer que resplandezca en
nuestro tiempo la vida buena del Evangelio con el anuncio y el testimonio, y
esto desde el interior mismo de la Iglesia. Porque, en esta perspectiva, es
importante no olvidar un principio fundamental de todo evangelizador: no se
puede anunciar a Cristo sin la Iglesia. Evangelizar nunca es un acto aislado,
individual, privado, sino que es siempre eclesial. Pablo VI escribía que
«cuando el más humilde predicador, catequista o Pastor, en el lugar más
apartado, predica el Evangelio, reúne su pequeña comunidad o administra un
sacramento, aun cuando se encuentra solo, ejerce un acto de Iglesia»; no actúa
«por una misión que él se atribuye o por inspiración personal, sino en unión
con la misión de la Iglesia y en su nombre» (ibíd., 60). Y esto da fuerza a la misión y hace sentir a cada misionero y
evangelizador que nunca está solo, que forma parte de un solo Cuerpo animado
por el Espíritu Santo.
4. En nuestra época, la movilidad generalizada y la facilidad de
comunicación a través de los nuevos medios de comunicación han mezclado entre
sí los pueblos, el conocimiento, las experiencias. Por motivos de trabajo,
familias enteras se trasladan de un continente a otro; los intercambios
profesionales y culturales, así como el turismo y otros fenómenos análogos
empujan a un gran movimiento de personas. A veces es difícil, incluso para las
comunidades parroquiales, conocer de forma segura y profunda a quienes están de
paso o a quienes viven de forma permanente en el territorio. Además, en áreas
cada vez más grandes de las regiones tradicionalmente cristianas crece el
número de los que son ajenos a la fe, indiferentes a la dimensión religiosa o
animados por otras creencias. Por tanto, no es raro que algunos bautizados
escojan estilos de vida que les alejan de la fe, convirtiéndolos en necesitados
de una “nueva evangelización”. A esto se suma el hecho de que a una gran parte
de la humanidad todavía no le ha llegado la buena noticia de Jesucristo. Y que
vivimos en una época de crisis que afecta a muchas áreas de la vida, no sólo la
economía, las finanzas, la seguridad alimentaria, el medio ambiente, sino
también la del sentido profundo de la vida y los valores fundamentales que la
animan. La convivencia humana está marcada por tensiones y conflictos que
causan inseguridad y fatiga para encontrar el camino hacia una paz estable. En
esta situación tan compleja, donde el horizonte del presente y del futuro
parece estar cubierto por nubes amenazantes, se hace aún más urgente el llevar
con valentía a todas las realidades, el Evangelio de Cristo, que es anuncio de
esperanza, reconciliación, comunión; anuncio de la cercanía de Dios, de su
misericordia, de su salvación; anuncio de que el poder del amor de Dios es
capaz de vencer las tinieblas del mal y conducir hacia el camino del
bien. El hombre de nuestro tiempo necesita una luz fuerte que ilumine su
camino y que sólo el encuentro con Cristo puede darle. Traigamos a este mundo,
a través de nuestro testimonio, con amor, la esperanza que se nos da por la fe.
La naturaleza misionera de la Iglesia no es proselitista, sino testimonio de
vida que ilumina el camino, que trae esperanza y amor. La Iglesia –lo repito
una vez más– no es una organización asistencial, una empresa, una ONG, sino que
es una comunidad de personas, animadas por la acción del Espíritu Santo, que
han vivido y viven la maravilla del encuentro con Jesucristo y desean compartir
esta experiencia de profunda alegría, compartir el mensaje de salvación que el
Señor nos ha dado. Es el Espíritu Santo quién guía a la Iglesia en este camino.
5. Quisiera animar a todos a ser portadores de la buena noticia de Cristo,
y estoy agradecido especialmente a los misioneros y misioneras, a los
presbíteros fidei donum, a los religiosos y religiosas y a los fieles laicos –cada vez más
numerosos– que, acogiendo la llamada del Señor, dejan su patria para servir al
Evangelio en tierras y culturas diferentes de las suyas. Pero también me
gustaría subrayar que las mismas iglesias jóvenes están trabajando
generosamente en el envío de misioneros a las iglesias que se encuentran en
dificultad –no es raro que se trate de Iglesias de antigua cristiandad–
llevando la frescura y el entusiasmo con que estas viven la fe que renueva la
vida y da esperanza. Vivir en este aliento universal, respondiendo al mandato
de Jesús «Id, pues, y haced discípulos de todas las naciones» (Mt 28,19) es una riqueza
para cada una de las iglesias particulares, para cada comunidad, y donar
misioneros y misioneras nunca es una pérdida sino una ganancia. Hago un
llamamiento a todos aquellos que sienten la llamada a responder con generosidad
a la voz del Espíritu Santo, según su estado de vida, y a no tener miedo de ser
generosos con el Señor. Invito también a los obispos, las familias religiosas,
las comunidades y todas las agregaciones cristianas a sostener, con visión de
futuro y discernimiento atento, la llamada misionera ad gentes y a ayudar a las iglesias que necesitan
sacerdotes, religiosos y religiosas y laicos para fortalecer la comunidad
cristiana.Y esta atención debe estar también presente entre las iglesias que
forman parte de una misma Conferencia Episcopal o de una Región: es importante
que las iglesias más ricas en vocaciones ayuden con generosidad a las que
sufren por su escasez. Al mismo tiempo exhorto a los misioneros y a las
misioneras, especialmente los sacerdotes fidei donum y a los laicos, a vivir con alegría su
precioso servicio en las iglesias a las que son destinados, y a llevar su
alegría y su experiencia a las iglesias de las que proceden, recordando cómo
Pablo y Bernabé, al final de su primer viaje misionero «contaron todo lo que
Dios había hecho a través de ellos y cómo había abierto la puerta de la fe a
los gentiles» (Hch 14,27). Ellos pueden llegar a ser un camino hacia una especie de
“restitución” de la fe, llevando la frescura de las Iglesias jóvenes, de modo
que las Iglesias de antigua cristiandad redescubran el entusiasmo y la alegría
de compartir la fe en un intercambio que enriquece mutuamente en el camino de
seguimiento del Señor.
La solicitud por todas las Iglesias, que el Obispo de Roma comparte con sus
hermanos en el episcopado, encuentra una actuación importante en el compromiso
de las Obras Misionales Pontificias, que tienen como propósito animar y
profundizar la conciencia misionera de cada bautizado y de cada comunidad, ya
sea reclamando la necesidad de una formación misionera más profunda de todo el
Pueblo de Dios, ya sea alimentando la sensibilidad de las comunidades
cristianas a ofrecer su ayuda para favorecer la difusión del Evangelio en el
mundo.
Por último, me refiero a los cristianos que, en diversas partes del mundo,
se encuentran en dificultades para profesar abiertamente su fe y ver reconocido
el derecho a vivirla con dignidad. Ellos son nuestros hermanos y hermanas,
testigos valientes –aún más numerosos que los mártires de los primeros siglos–
que soportan con perseverancia apostólica las diversas formas de persecución
actuales. Muchos también arriesgan su vida por permanecer fieles al Evangelio
de Cristo. Deseo asegurarles que me siento cercano en la oración a las
personas, a las familias y a las comunidades que sufren violencia e intolerancia,
y les repito las palabras consoladoras de Jesús: «Confiad, yo he vencido al
mundo» (Jn 16,33).
Benedicto XVI exhortaba: «Que la Palabra del Señor siga avanzando y sea
glorificada» (2 Ts 3, 1): que este Año de la fe haga cada vez más fuerte la relación con Cristo, el Señor, pues sólo en él
tenemos la certeza para mirar al futuro y la garantía de un amor auténtico y
duradero» (Carta Ap. Porta fidei, 15). Este es mi deseo para la Jornada Mundial de las Misiones de este
año. Bendigo de corazón a los misioneros y misioneras, y a todos los que
acompañan y apoyan este compromiso fundamental de la Iglesia para que el
anuncio del Evangelio pueda resonar en todos los rincones de la tierra, y
nosotros, ministros del Evangelio y misioneros, experimentaremos “la dulce y
confortadora alegría de evangelizar” (Pablo VI, Exhort. Ap. Evangelii nuntiandi, 80).
KIT
BUENOS DÍAS
El
mensaje íntegro del Papa Francisco por la Jornada Mundial de las Misiones
viernes, 14 de febrero de 2014
viernes, 7 de febrero de 2014
El papa Francisco envió un mensaje de pesar por el incendio en Barracas
El
Santo Padre Francisco, mediante la nunciatura apostólica envió un
mensaje en el que manifiesta que se siente “profundamente apenado” por
la pérdida de la vida de algunos bomberos y otros servidores públicos en
el incendio ocurrido en el barrio de Barracas.
“Quisiera transmitir a todos mi cercanía y decirles que me siento muy unido a los que sufren y están abatidos por tan lamentable suceso”, expresa el pontífice y agrega que pide a Dios “que otorgue consuelo y fortaleza a los afectados por tan trágica desgracia e inspire a todos sentimientos de solidaridad fraterna, que ayuden a afrontar esta adversidad de la mejor forma posible”.
“Quisiera transmitir a todos mi cercanía y decirles que me siento muy unido a los que sufren y están abatidos por tan lamentable suceso”, expresa el pontífice y agrega que pide a Dios “que otorgue consuelo y fortaleza a los afectados por tan trágica desgracia e inspire a todos sentimientos de solidaridad fraterna, que ayuden a afrontar esta adversidad de la mejor forma posible”.
Texto del mensaje del papa Francisco
Profundamente
apenado al conocer la dolorosa noticia del voraz incendio producido en
el barrio de Barracas, de Buenos Aires, en el que han perdido la vida
algunos bomberos y otras personas que luchaban tenazmente por apagarlo y
que ha ocasionado también heridos y daños materiales, quisiera
transmitir a todos mi cercanía y decirles que me siento muy unido a los
que sufren y están abatidos por tan lamentable suceso.En esta triste circunstancia, a la vez que rezo por el eterno descanso de los servidores públicos fallecidos en el cumplimiento de su deber, pido a Dios que otorgue su consuelo y fortaleza a los afectados por tan trágica desgracia e inspire a todos sentimientos de solidaridad fraterna, que ayuden a afrontar esta adversidad de la mejor forma posible.
Asimismo, quisiera dirigir una palabra de esperanza a las familias de quienes lloran tan sensibles pérdidas y también a quienes aguardan con confianza el restablecimiento de la salud de sus seres queridos.
Con estos deseos, mientras invoco la amorosa protección de nuestra Señora de Luján, imparto la confortadora bendición con todo afecto al querido pueblo bonaerense, tan presente en mi corazón. Francisco.
Del Nuncio Apostólico. También el nuncio apostólico, monseñor Emil Paul Tscherrig, al remitir al arzobispo de Buenos Aires, monseñor Mario Aurelio Poli, el mensaje del Santo Padre, le expresó que se une “en la oración por todos los que han perdido la vida, los heridos y damnificados”, y encomienda “a la Madre Celestial las familias que están sufriendo las consecuencias de este triste acontecimiento”.+
TEXTO COMPLETO: Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2014
VATICANO, 04 Feb. 14 / 10:20 am (ACI/EWTN Noticias).- Hoy se dio a conocer el mensaje
del Papa Francisco para la Cuaresma 2014, el primero de su pontificado
para este tiempo de la liturgia de la Iglesia, que ha titulado “Se hizo pobre para enriquecernos
con su pobreza” (cfr. 2 Cor 8, 9).
A continuación el texto completo del mensaje. Si desea
descargarlo en PDF, haga click en este enlace:http://www.aciprensa.com/Docum/MensajeCuaresma2014.pdf
Queridos hermanos y hermanas:
Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas
reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de
conversión. Comienzo recordando las palabras de San Pablo: «Pues conocéis la
gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por
vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9). El Apóstol se dirige a
los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles
de Jerusalén que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy,
estas palabras de San Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la
pobreza, a unavida pobre en sentido evangélico?
La gracia de Cristo
Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios
no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la
debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el
Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió
en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se
"vació", para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4,
15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el
amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no
duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama.
La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del
amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las
distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos
de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó
con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de
nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado» (Conc. Ecum. Vat.
II, Const. past. Gaudium et spes, 22).
La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la
pobreza en sí misma, sino —dice San Pablo— «...para enriqueceros con su
pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar
sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del
amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde
lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con
aparente piedad filantrópica.
¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en
las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque
necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente,
necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de
nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos,
liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos
liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza.
Y, sin embargo, San Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3,
8), «heredero de todo» (Heb 1, 2).
¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos
libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de
nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían
abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da
verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno
de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros.
La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el
hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados,
comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la
mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es
encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y
su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los
ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura.
La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo,
su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías
pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su "yugo llevadero", nos
invita a enriquecernos con esta "rica pobreza" y "pobre
riqueza" suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos
en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom 8, 29).
Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser
santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria:
no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.
Nuestro testimonio
Podríamos pensar que este "camino" de la
pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos después de Él,
podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda
época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo
mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que
es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra
riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y
comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo.
A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos
llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de
ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide
con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin
esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la
miseria moral y la miseria espiritual.
La miseria material es la que habitualmente llamamos
pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona
humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera
necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la
posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la
Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y
curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad.
En los pobres y en los últimos vemos el rostro de
Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros
esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las
violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en
tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero
se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa
de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la
justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.
No es menos preocupante la miseria moral, que consiste
en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven
angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia
del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han
perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y
han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta
miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les
priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad
respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria
moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente.
Esta forma de miseria, que también es causa de ruina
económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos
alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a
Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a
nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que
verdaderamente salva y libera.
El Evangelio es el verdadero antídoto contra la
miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el
anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más
grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos
hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar
con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza!
Es hermoso experimentar la alegría de extender esta
buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los
corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el
vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y
los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor.
Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y
promoción humana.
Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de
Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de
testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el
mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre
misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo
en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos
enriqueció con su pobreza.
La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y
nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y
enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza
duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de
la limosna que no cuesta y no duele.
Que el Espíritu Santo, gracias al cual «[somos] como
pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo»
(2 Cor 6, 10), sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la
atención y la responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos
misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración
por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el
camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la
Virgen os guarde.
Vaticano, 26 de diciembre de 2013
Fiesta de San Esteban, diácono y protomártir
FRANCISCUS
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