Ciudad de Vaticano (AICA):
El papa Francisco exhortó hoy a ¨tener respeto por todas las criaturas
de Dios y por el entorno en que vivimos¨ y renovó su compromiso de
querer trabajar ¨especialmente¨ por ¨los más pobres¨ para ¨hacer brillar
la estrella de la esperanza¨. ¨Custodiar toda la creación, custodiar a
todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a nosotros mismos;
he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a desempeñar,
pero al que todos estamos llamados¨, dijo en la misa de inicio del
ministerio petrino en la plaza de San Pedro, del Vaticano.
El papa Francisco exhortó hoy a "tener respeto por todas las criaturas
de Dios y por el entorno en que vivimos" y renovó su compromiso de
querer trabajar "especialmente" por "los más pobres" para "hacer brillar
la estrella de la esperanza".
"Custodiar toda la creación, custodiar a todos, especialmente a los
más pobres, custodiarnos a nosotros mismos; he aquí un servicio que el
Obispo de Roma está llamado a desempeñar, pero al que todos estamos
llamados", dijo en la misa de inicio del ministerio petrino en la plaza
de San Pedro, del Vaticano.
"La vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los
cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es
simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación,
la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y
como nos muestra San Francisco de Asís: es tener respeto por todas las
criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos", subrayó.
En otro momento de la homilía, aseguró que “no debemos tener miedo de la bondad ni de la ternura".
"Custodiar pide bondad, pide vivir con ternura", agregó.
El pontífice finalizó su homilía pidiendo a los fieles del mundo: "recen por mí".
Texto completo de la homilía:
"Queridos hermanos y hermanas
Doy gracias al Señor por poder celebrar esta Santa Misa de comienzo
del ministerio petrino en la solemnidad de san José, esposo de la Virgen
María y patrono de la Iglesia universal: es una coincidencia muy rica
de significado, y es también el onomástico de mi venerado Predecesor: le
estamos cercanos con la oración, llena de afecto y gratitud.
Saludo con afecto a los hermanos Cardenales y Obispos, a los
presbíteros, diáconos, religiosos y religiosas y a todos los fieles
laicos. Agradezco por su presencia a los representantes de las otras
Iglesias y Comunidades eclesiales, así como a los representantes de la
comunidad judía y otras comunidades religiosas. Dirijo un cordial saludo
a los Jefes de Estado y de Gobierno, a las delegaciones oficiales de
tantos países del mundo y al Cuerpo Diplomático.
Hemos escuchado en el Evangelio que «José hizo lo que el ángel del
Señor le había mandado, y recibió a su mujer» (Mt 1,24). En estas
palabras se encierra ya la la misión que Dios confía a José, la de ser
custos, custodio. Custodio ¿de quién? De María y Jesús; pero es una
custodia que se alarga luego a la Iglesia, como ha señalado el beato
Juan Pablo II: «Al igual que cuidó amorosamente a María y se dedicó con
gozoso empeño a la educación de Jesucristo, también custodia y protege
su cuerpo místico, la Iglesia, de la que la Virgen Santa es figura y
modelo» (Exhort. ap. Redemptoris Custos, 1).
¿Cómo ejerce José esta custodia? Con discreción, con humildad, en
silencio, pero con una presencia constante y una fidelidad y total, aun
cuando no comprende. Desde su matrimonio con María hasta el episodio de
Jesús en el Templo de Jerusalén a los doce años, acompaña en todo
momento con esmero y amor. Está junto a María, su esposa, tanto en los
momentos serenos de la vida como los difíciles, en el viaje a Belén para
el censo y en las horas temblorosas y gozosas del parto; en el momento
dramático de la huida a Egipto y en la afanosa búsqueda de su hijo en el
Templo; y después en la vida cotidiana en la casa de Nazaret, en el
taller donde enseñó el oficio a Jesús
¿Cómo vive José su vocación como custodio de María, de Jesús, de la
Iglesia? Con la atención constante a Dios, abierto a sus signos,
disponible a su proyecto, y no tanto al propio; y eso es lo que Dios le
pidió a David, como hemos escuchado en la primera Lectura: Dios no
quiere una casa construida por el hombre, sino la fidelidad a su
palabra, a su designio; y es Dios mismo quien construye la casa, pero de
piedras vivas marcadas por su Espíritu. Y José es «custodio» porque
sabe escuchar a Dios, se deja guiar por su voluntad, y precisamente por
eso es más sensible aún a las personas que se le han confiado, sabe cómo
leer con realismo los acontecimientos, está atento a lo que le rodea, y
sabe tomar las decisiones más sensatas. En él, queridos amigos, vemos
cómo se responde a la llamada de Dios, con disponibilidad, con
prontitud; pero vemos también cuál es el centro de la vocación
cristiana: Cristo. Guardemos a Cristo en nuestra vida, para guardar a
los demás, salvaguardar la creación.
Pero la vocación de custodiar no sólo nos atañe a nosotros, los
cristianos, sino que tiene una dimensión que antecede y que es
simplemente humana, corresponde a todos. Es custodiar toda la creación,
la belleza de la creación, como se nos dice en el libro del Génesis y
como nos muestra san Francisco de Asís: es tener respeto por todas las
criaturas de Dios y por el entorno en el que vivimos. Es custodiar a la
gente, el preocuparse por todos, por cada uno, con amor, especialmente
por los niños, los ancianos, quienes son más frágiles y que a menudo se
quedan en la periferia de nuestro corazón. Es preocuparse uno del otro
en la familia: los cónyuges se guardan recíprocamente y luego, como
padres, cuidan de los hijos, y con el tiempo, también los hijos se
convertirán en cuidadores de sus padres. Es vivir con sinceridad las
amistades, que son un recíproco protegerse en la confianza, en el
respeto y en el bien. En el fondo, todo está confiado a la custodia del
hombre, y es una responsabilidad que nos afecta a todos. Sed custodios
de los dones de Dios.
Y cuando el hombre falla en esta responsabilidad, cuando no nos
preocupamos por la creación y por los hermanos, entonces gana terreno la
destrucción y el corazón se queda árido. Por desgracia, en todas las
épocas de la historia existen «Herodes» que traman planes de muerte,
destruyen y desfiguran el rostro del hombre y de la mujer.
Quisiera pedir, por favor, a todos los que ocupan puestos de
responsabilidad en el ámbito económico, político o social, a todos los
hombres y mujeres de buena voluntad: seamos «custodios» de la creación,
del designio de Dios inscrito en la naturaleza, guardianes del otro, del
medio ambiente; no dejemos que los signos de destrucción y de muerte
acompañen el camino de este mundo nuestro. Pero, para «custodiar»,
también tenemos que cuidar de nosotros mismos. Recordemos que el odio,
la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir
entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque
ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen
y las que destruyen. No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni
siquiera de la ternura.
Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el
custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los
Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente,
trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la
virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza
de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura
al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura.
Hoy, junto a la fiesta de San José, celebramos el inicio del
ministerio del nuevo Obispo de Roma, Sucesor de Pedro, que comporta
también un poder. Ciertamente, Jesucristo ha dado un poder a Pedro, pero
¿de qué poder se trata? A las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre el
amor, sigue la triple invitación: Apacienta mis corderos, apacienta mis
ovejas. Nunca olvidemos que el verdadero poder es el servicio, y que
también el Papa, para ejercer el poder, debe entrar cada vez más en ese
servicio que tiene su culmen luminoso en la cruz; debe poner sus ojos en
el servicio humilde, concreto, rico de fe, de san José y, como él,
abrir los brazos para custodiar a todo el Pueblo de Dios y acoger con
afecto y ternura a toda la humanidad, especialmente los más pobres, los
más débiles, los más pequeños; eso que Mateo describe en el juicio final
sobre la caridad: al hambriento, al sediento, al forastero, al desnudo,
al enfermo, al encarcelado (cf. Mt 25,31-46). Sólo el que sirve con
amor sabe custodiar.
En la segunda Lectura, san Pablo habla de Abraham, que «apoyado en
la esperanza, creyó, contra toda esperanza» (Rm 4,18). Apoyado en la
esperanza, contra toda esperanza. También hoy, ante tantos cúmulos de
cielo gris, hemos de ver la luz de la esperanza y dar nosotros mismos
esperanza. Custodiar la creación, cada hombre y cada mujer, con una
mirada de ternura y de amor; es abrir un resquicio de luz en medio de
tantas nubes; es llevar el calor de la esperanza. Y, para el creyente,
para nosotros los cristianos, como Abraham, como san José, la esperanza
que llevamos tiene el horizonte de Dios, que se nos ha abierto en
Cristo, está fundada sobre la roca que es Dios.
Custodiar a Jesús con María, custodiar toda la creación, custodiar a
todos, especialmente a los más pobres, custodiarnos a nosotros mismos;
he aquí un servicio que el Obispo de Roma está llamado a desempeñar,
pero al que todos estamos llamados, para hacer brillar la estrella de la
esperanza: protejamos con amor lo que Dios nos ha dado.
Imploro la intercesión de la Virgen María, de san José, de los
Apóstoles san Pedro y san Pablo, de san Francisco, para que el Espíritu
Santo acompañe mi ministerio, y a todos vosotros os digo: Orad por mí.
Amen."